EL MONTE MALDITO
(LEYENDA MADRILEÑA)
Desperté de un salto, un grito ensordecedor
había interrumpido mi sueño. Al parecer, el cuento de la vieja castañera de la
pasada tarde había hecho mella en mi imaginación.
No podía parar de pensar en esa historia
desde que fui conocedor de ella; pero ahora, tres meses después, me atrevo a
escribirla tal y como me la transmitieron, tal vez con la esperanza de que no
vuelva a suceder.
Dicho todo, que comience la obra.
I
- ¡Casi señor! ¡Por poco! – animaba uno de
los sirvientes.
- Primo, quizá debería probar yo, ¿no
crees?
- ¡Calla Fernando!, ese jabalí caerá a mis
pies.
Los dos primos se encontraban en el monte
de El Pardo, como cada tarde del sábado cuando salían a cazar. Este monte era
el preferido del Conde Cáltiba, el mayor, ya que abundaban jabalíes y ciervos.
Además, con la creación reciente del Código Penal y la Guardia Civil, los animales
eran más, debido al miedo de los campesinos a cazar en el terreno acotado.
- ¡Te lo dije! – exclamaba riendo el Conde
Cáltiba a su enojado primo-, lo cacé, y ya llevo cuatro piezas.
- Me parece bien, pero ya anochece y creo
que deberíamos partir en breve.
- ¿Por qué tanta prisa primo? No he cazado
ningún ciervo y me gustaría hacerlo, tan solo llevamos jabalíes y aves rapaces.
- Haced lo que se os antoje, pero yo me voy
de aquí – explicaba ya ordenando recoger sus utensilios de caza.
- ¡Está bien, partid! Ya daré a conocer su
extremada valentía – expresaba enojado por el abandono de su primo.
- Señor, si me lo permite, yo también le
aconsejo volver.
- Pero, ¿por qué todos empeñados en eso?,
si ya hemos cazado de noche en otros montes.
- Verdad señor, pero este monte posee una
maldición.
- ¿Pero qué tontería es esa? Contadme por
favor.
II
- Dice la leyenda que el monte de El Pardo
está maldito.
Todas las noches, a las doce en punto, el
bosque ya no es bosque, los animales se convierten en bestias y los pinares y
encinas se retuercen buscando sangre para saciarse. El cielo se torna de negro
con nubarrones, las aves caen en picado pero no mueren, sino que se levantan,
suben lo más alto posible y repiten esta acción incansablemente. Los animales,
más bien bestias, enloquecen, corren a grandes velocidades, su tamaño aumenta y
sus fauces rebosan espuma. El suelo revive, se mueve amenazante, queriendo
quebrantarse tragándose todo. El aire no existe, no corre ni una brisa. No se
oye, tan solo el crujir de las ramas, de los huesos de las aves y el rabiar de
los animales.
Se dice que quién yace en el monte en ese
momento, no muere al instante, sino que la naturaleza le deja sufrir hasta que
sin fuerzas cae al suelo, esperando, consciente de que la bestia terminará
acabando con él.
Ya varias personas han pasado por esto y a
la mañana siguiente se ha encontrado sus cuerpos destrozados de una manera
sobrenatural.
Por eso, señor, le ruego haga caso a esta
vieja leyenda y vuelva a casa. Porque su primo no marchó por el resentimiento
de la caza del jabalí, sino porque conoce esta historia. Yo no estaré
acompañándole esta noche aunque me juegue mi oficio, ni yo ni los demás. ¿No es
así?
- ¡Sí! – se escucha al unísono, compuesto
por todos los sirvientes.
- No perderéis vuestro trabajo, pero yo
cazaré mi ciervo y cuando vuelva con la pieza os habré enseñado una lección.
- Está bien Cáltiba, que tengas suerte.
- No la necesitaré – dice sonriendo.
III
Una vez sólo en el bosque, se dispuso a
buscar el ciervo que le tenía inmerso en el pensamiento de cazarlo por encima
de todo. Sin darse cuenta fueron pasando las horas. Cuando creía tenerle
acorralado entre unos matorrales, le entró un escalofrío que le removió por
dentro. Aún así, apuntó, pero antes de tirar pudo apreciar cómo unas esferas
rojas se encendían tras las ramas y parecían observarle. Le entró miedo, pero
quiso convencerse de que eso no eran ojos, sino que serían algunos frutos del
matorral. Precipitadamente tiró. Todo calló a su alrededor, no oía ni su propia
respiración entrecortada. Se sentía encerrado, como en una burbuja en medio de
la nada. Su piel no sentía, los poros se cerraban. Se iba agarrotando poco a
poco dándose cuenta de la ausencia de aire, de ruido y de la presencia de esas
esferas rojas que llameaban desde el arbusto.
No se lo explicaba. Gritó pidiendo ayuda
pero sus cuerdas vocales no vibraban, o lo hacían pero sin emitir ningún tipo
de sonido. Dispuesto a correr dio media vuelta y se topó de golpe con un árbol,
un árbol que no estaba antes. Su madera estaba helada, crujía por dentro. Eso
sí lo oía. De pronto escuchó otra cosa,
provenía de sus pies, las raíces del árbol se entrelazaban comprimiendo sus
tobillos. Se movía. Sin darle tiempo a reaccionar, algo cayó detrás suyo, era
un águila imperial. Se encontrada desencajada, se le salían los huesos por
entre las alas, su cuello estaba roto y sus ojos, sus ojos eran los mismos que
los que había tras el matorral.
Cáltiba no pudo reprimir su asombro con una
mueca de terror. Lo que más le sorprendió es que el ave fue incorporándose y
recolocándose cada uno de sus huesos para volar de nuevo hasta las alturas y
caer en picado.
El conde logró escapar de las raíces de aquella
encina y echó a correr. Iba esquivando las aves que caían y sus cuerpos
destrozados. De repente, el suelo vibró y una grieta enorme se abrió ante sus
pies, pero pudo saltarla. El movimiento terrestre le impedía correr con
facilidad. Tuvo la impresión de que los árboles le seguían.
Estaba agotado, necesitaba parar a coger
aire, ese aire sin movimiento. No recordaba el monte tan ancho. Reparó en un
arbusto, uno que llevaba unas esferas rojas familiares. Se encontraba en el
mismo lugar de partida. Desesperó.
Después de ver lo que había visto, podía
imaginarse qué encontraría detrás del arbusto. Sabía cómo terminaría todo. Ya
empezaba a oír cómo los animales, que ahora eran bestias, se encaminaban en su
busca. Ruidosos y hambrientos, corriendo, haciendo temblar el suelo más de lo
que ya temblaba.
Cuando por fin todos llegaron, se colocaron
formando un círculo alrededor del conde. El espectáculo que se abría ante sus
ojos era indescriptible. Se dejó caer en el suelo, de rodillas. Esperó. Esperó
como en la leyenda. Se preguntaba por qué todos no se lanzaban y terminaban la
faena. Esperaban algo, a alguien, a la bestia entre las bestias. Aquel ciervo,
el que volvió loco a Cáltiba por cazarlo. Salió del matorral. Era el triple de
grande que lo normal, fuerte, robusto, incluso en su cara podía distinguirse
una pequeña sonrisa. Sus cuernos eran afilados y excesivamente retorcidos.
El
conde estaba temblando con los ojos cerrados, esperando. La bestia avanzó,
dando la señal a las demás. Entonces Cáltiba pudo emitir un ensordecedor grito
que terminó con todo.
IV
Esa noche de invierno en la que mi sueño
fue turbado por un grito, quizá imaginario o quizá real, la recordaré siempre.
Porque algo de lo que estoy seguro es que en ese preciso instante la noche
rondaba las doce en punto.
Cuando el bosque ya no es bosque, los
animales se convierten en bestias y los pinares y encinas se retuercen buscando
sangre para saciarse.
Silvia Buitrago. 4º B