Estaba aterrorizado. Me encontraba sosteniendo una bola de fuego
entre mis manos; sin embargo no me quemaba. Era yo quien generaba esa energía
transformada en esa bola ardiente, que más tarde desapareció, dejándome
paralizado.
Aquel día empezó como otro cualquiera. Era verano y yo había
despertado en el hospital, como siempre desde hacía dos meses. Me había quedado
dormido al lado de mi hermano gemelo, que estaba enfermo desde el comienzo de
aquellas calurosas vacaciones. Siempre recordaré ese trágico día, en el que mi
alma gemela quedó en coma, tras nuestro accidente en moto. ¿Por qué tuvo que
ser él y no yo? No era justo. Yo mismo le había arrastrado a montar en ese
vehículo, ahora destrozado, y yo podría haberlo impedido. Y aquel día en que me
anunciaron su muerte no pude soportarlo. La furia y la culpa inundaban mis
venas, y eché a correr, sin rumbo alguno. El fuego recorría, literalmente, el
interior de mi cuerpo y, no sé cómo, logré expulsarlo a través de mi piel. Todo
mi cuerpo ardía, de lo cual me di cuenta algunos minutos más tarde, al ver que
mi ropa estaba chamuscada. Lo que me dejó paralizado, y traumatizado fue que no
había rastro de rasguños, heridas o quemaduras sobre mi piel...
Gaela Manzano. 4º B
No hay comentarios:
Publicar un comentario